viernes, 24 de febrero de 2012

Descubriendose a si misma.....


Una mañana dejó de utilizar su mano izquierda. Guardó en un baúl parte de su vestuario, las faldas, los pantalones, las chaquetas, que no dispusieran de bolsillos; los necesitaba para guarecer su mano, le urgía esconderla, mantenerla a buen recaudo.


Amante de la naturaleza tachó de sus itinerarios aquellos lugares que no albergasen un río.

Adivinar su imagen en las vidrieras, en la transparencia de una copa, de un vaso, en los cubiertos y las bandejas de acero, mitigaba su ahogo. Los cristales de las gafas de sus interlocutores e incluso los de los transeúntes con los que se cruzaba, la sacaron de muchos apuros. Si no lograba su propósito, sacaba su mano del bolsillo y la acercaba a su rostro.

Atisbarse era lo primordial en su vida. Comenzaba a inquietarse pensando cómo los demás podían pasar sin aquella exigencia que la apremiaba. Ella observaba sus rostros, que se modificaban sin control, a merced de pensamientos: una cara sonrojada, unos ojos llorosos; sus gestos los delataban. Jamás consentiría que le sucediese como a ellos.



Acuciada por su aprieto, interrumpía sus conversaciones, acercaba a su rostro la palma de su mano izquierda, un segundo después continuaba, sin reparar en el desconcierto que causaba aquel gesto extraño y repetitivo. Pegado a su palma con un adhesivo un diminuto espejo devolvía el ritmo a su respiración y el latido de su corazón se desaceleraba.



Los secretos, al igual que las mentiras, no resisten demasiado tiempo clandestinos.



Día a día comprobaba como su mundo se reducía mientras sus amigos se preguntaban entre sí, incapaces de sincerarse con ella. Pero no fue necesario que lo hiciesen, pronto acabaron sus cavilaciones. La urgencia de contemplarse aumentó así como el tamaño de su espejo, hasta sus bolsillos quedaron pequeños para albergarlo.



Inventó un artilugio que colocó en su cintura. Sólo con un simple movimiento de cabeza accedía a su personal escaparate. En todo momento podía ver su rostro. Desde entonces su semblante es sereno, su comportamiento tranquilo, su mirada llena de paz, porque ahora nada teme, ni a ella misma.