A medida que vamos viviendo, transitamos por la inmensa autopista de los acontecimientos cotidianos que nos suceden, y siempre, repito, siempre, ya sean muchas (o pocas) veces habremos de detenemos en la “estación de servicio” donde además de cargar un poco del combustible vital necesario para seguir adelante -llamémosle amor, salud, sol, brisa o vida misma- es condición absoluta dedicarnos al menos un instante para la reflexión, posarnos cómodamente en el pedestal de la memoria y pegarle una ojeada a los titulares del periódico de nuestra propia existencia.
Recuerdo que fue en ese lugar casi ideal donde conocí a mi amigo más fiel, donde comprendí la risa y donde lloré por primera vez. Fue también ahí donde cometí mis primeros errores... y donde me arrepentí, también donde deje parte de mi equipaje para subir a una compañera (llamada felicidad) que se bajaría más adelante.
Vivir es eso, ir tomando de cada momento las cosas que consideramos oportunas, a veces las elecciones que hacemos son buenas, y nos llenan, nos aportan muchas mas sensaciones, otras veces, esas mismas decisiones que en su momento fueron buenas se agostan y se secan porque ya no dan lo que esperábamos o nosotros mismos no las hemos sabido cuidar lo suficiente.
Otras veces tomamos decisiones equivocadas, pensamos que eran buenas y nos salen “ranas”. De eso también se aprende.
Y hasta de vivir se aprende, se aprende a querer vivir, y a veces se aprende a no querer seguir mas allá y dejar todo. La esperanza, que siempre debería estar con nosotros, se ausenta a veces, y reaparece como los ojos del Guadiana.
La “estación de servicio” siempre esta ahí.
Es nuestro particular refugio.
Es única para cada uno de nosotros.