martes, 16 de octubre de 2007

Siete dias


I Día

Luz de madrugada .

Cegado,temeroso de tus ojos en la niebla

te invento con la venda de tu piel en mis pupilas

y no hay nada

sólo sombra

declaración de intenciones..


II Día

Verbo en el silencio .

Callado

que no se escape de mi tu aliento,

en el balbuceo rancio de mis labios

te beso

y el universo de tu sabor se hace eterno

ya no hay vida en mi silencio..


III Día

Tu alimento y mi pecado .

Erguido con mi lanza

soportando tu batalla en el centro

(mas o menos) de mi cuerpo

te acuno

y es el roce de mis manos hecho agua y alimento

soy un hombre enajenado

por tu recuerdo..


IV Día

Deseo y búsqueda .

Sintiendo el despertar sentido de mis manos

como una danza en tus caderas

te exploro indago rastreo

con mis huellas veladas

en las guaridas de tu cuerpo..


V Día

Nacimiento en tierra .

Adentro en el espacio estrecho de tu vientre

me embarco,navego

y nace el viento que hace vibrar mis velas

para llevarme, como al héroe a buen puerto. .


VI Día

Muralla .

Acostado en la curvatura dorsal de tu espalda

te monto con las ansias serenas de un dios enano

esparciendo pétalos en el fondo de tu cuerpo

y la lluvia que no acaba es miel que me roba el cielo. .


VII Día

Cruce de caminos .

Juntos con el alma llena de temores

yo cazador tú mi presa

me enlazo a tu anillo prensado desde siempre

y mi voz es sólo gemido en tu garganta

clavado en tu pecho abierto por mi daga

y sangro en la ausencia más terrible de tu cuerpo

y lloro por ese cruce en mi camino .

Por no tenerlo.

martes, 9 de octubre de 2007

El cuadro




EL CUADRO



Leganés, Madrid 12 de Julio del año 2000.

Parece que me intimida el blanco, la superficie virgen del lienzo me llama desde el momento en el que lo vi en la tienda, apilado junto a muchos como él, nunca me había atrevido a coger un lienzo de ese tamaño, y eso que eran muchos los lienzos embadurnados que se apilaban en mi estudio, pero esas medidas me gritaban, tenia que ser algo grande, algo que fuera especial.....

Hace muchos años que pinto, a veces, me paro a pensar con un cigarro entre los labios y un pincel entre los dedos, o al revés, en muchas ocasiones he chupado el pincel esperando atraer su humo mientras el cigarro se consumía entre mis dedos, y creo que ya no distingo si nací con la pintura o esta vino a mi en algún momento de mi vida.

Los olores a trementina y óleo están tan pegados a mi piel que la ducha reparadora solo hace que atenuarlos, los pigmentos, las botellas de barniz, los trapos sucios son mis compañeros.....

No sé exactamente qué me ha pasado, ni siquiera sé porqué me ha pasado, sé que de pronto, ahí está en el caballete, una vez armado el lienzo, esperando que haga algo con él, pero me intimida, el blanco del lienzo me intimida, lo miro, despacio, lienzo, tenso, sin una arruga, sin una mancha, sin un defecto.

Lo acaricio, mi mano pasa de lado a lado del lienzo, frotando suavemente y es así frotando cuando se pinta el paisaje, si será un paisaje, será el bosque, tiene que haber árboles, y luz, mucha luz... “Luces sobre sombras, brillos sobre luces” las palabras de aquel viejo pintor que me enseño algunos secretos del óleo resonaban en mi cabeza. Y agua, quiero que también en este cuadro el agua esté presente, me encanta ver reflejado en el agua un paisaje...

Me alejo, cojo un Ducados de la cajetilla y el mechero y la llama me aparta un momento de la blancura del lienzo... Esa luz naranja de la llama me trajo colores de otoño a mis ojos, mientras expulso el humo noto que me estoy riendo. ¿Un otoño? Con agua, luz de fondo de una puesta de sol golpeando el perfil de las copas de los árboles que se mezclan con los tonos ocres del cielo.

Cierro los ojos y empiezo a disponer elementos...

No usaré el carboncillo negro, no quiero que las marcas dejen señal en el lienzo, el negro es mal color, miro el bote de lapiceros, cojo dos, allí están los Lyra de Rembrandt-Rotelkreide, el 300 y el 301, elijo el 301, mas claro, mas matizado que su compañero aunque los dos sean carbones ocres, me acerco al lienzo y delante de él rompo la inmaculada blancura con una línea que delimite el horizonte, a la que le siguen otras muchas marcando el espacio del agua, de las piedras, de los troncos de los arboles que se abren a derecha e izquierda dejando un paso a la luz del ocaso que tiene que venir por allí...

Me alejo, el cigarro se ha consumido en el cenicero repleto de colillas que me niego a vaciar para recordarme que ya he fumado demasiado, enciendo otro y miro.

El paisaje se perfila poco a poco, tampoco me gusta demasiado dibujar mucho el lienzo, quiero que sea la pasta de pigmento y aceite la que cubra y vaya dando vida a la obra, mis ojos se giran despacio a la caja de colores, el bote de Blanco Titán de Mir se vacía sobre la paleta manchado con un poco de Bermellón, lo mezclo bien con la paletina, y pruebo, mancho el óleo, me alejo y observo, hay que corregir, mas bermellón, un ocaso pide mas tonos rojos, al fin consigo el color, ese es, y delicadamente, mezclando la trementina con la pasta la voy aplicando despacio a todo el cielo en suaves pasadas que enfondan y cubren el blanco del lienzo desde su borde superior hasta la línea del horizonte, reservando los arboles.....

La parte central, de donde viene la luz la voy diluyendo poco a poco en amarillo real con el tono anterior, trayéndomela hacia el cuadro, buscando los efectos del hueco dejado por los árboles...

Los troncos de árbol los pinto con sombra tostada. Tapan parte del cielo y además bajan rompiendo la línea del horizonte, ocupando el campo de visión como rayas oscuras a ambos lados del lienzo.

Queda el suelo por enfondar, viniendo la luz de frente será oscuro, el azul de Prusia rebajado dará al agua los tonos que quiero, y la siena hará de la tierra el color arena oscura que luego tapare con hojas, ramas y la hierba...

Con el pincel en la mano me alejo, miro el reloj, llevo mas de cuatro horas pintando, seis si contamos armar el lienzo y prepararlo, me sitúo de espaldas al cuadro y enciendo otro cigarro, y despacio, mientras expulso el humo, me giro y veo lo que hice.

Los colores delimitan un paisaje aun por formar, ya no hay blanco, el lienzo, manchado me indica que he vencido al miedo, que puedo con él, que soy capaz de enfrentarme una vez mas a mí mismo y con eso, a lo que venga. Fumo, mirando el lienzo que me reta a seguir, el cigarro llega a su fin y lo aplasto en el cenicero, junto a sus anteriores hermanos, limpio los pinceles en aguarrás y los seco con un trapo, así, despacio, meciendo las cerdas, habéis cumplido, mañana será otro día, me quito la bata que un día fue blanca y hoy es reflejo de mil tonos y después de lavarme las manos en la pila del aseo, miro el cuadro mientras mi mano apaga la luz del estudio, momentos antes de cerrar la puerta.


Leganés, Madrid viernes 14 de Julio del 2000.


Cuando enciendo la luz del estudio, los tonos ocres me llaman desde el fondo, ocupando toda la visual. Ayer también entre en el estudio, pero no fui capaz de coger un pincel, solo me senté en el sillón, y dándole un suave movimiento gire para contemplar el otoño. Me quede así, sentado enfrentado a un esbozo que iba tomando cuerpo, con las piernas cruzadas y encima de ellos mi codo apoyado que sostenía mi cabeza mientras entre los dedos un cigarrillo iba dejando su columna de humo en el aire.
El otoño usa tonos ocres, rojos a veces, amarillos, naranjas, pero también tonos verdes, esos brotes y esas hojas que aun perduran perdidas, esa base de la hierba junto al agua que habría que cuidar mucho porque de lo contrario el amarillo y el verde darían azules...
Hay que oscurecer mas lo más cercano, dejar que la luz acaricie el horizonte viniendo hacia mí por el centro, por el hueco de los arboles, hay que traer las sombras, cayendo hacia el bajo del cuadro y perdiéndose entre el agua, entre la hierba...
No, ayer solo fue planteamiento...

Hoy tengo tiempo, un paquete de tabaco casi intacto, mi mujer y mi hijo han ido de compras, volverán tarde, ya se sabe, las rebajas. Hoy el frasco de trementina esta limpio, esperando a que deje caer en él el liquido acuoso de fuerte olor, mis pinceles muestran sus penachos en los botes en la estantería y ya soñé con el cuadro, ya sé que quiero hacer allí...

Un pincel redondo y duro va dando forma a los arboles, da color a cada uno, con su forma, sin molestarme en nada, solo tapando con color, hiriendo los ocres del cielo, los tonos mordientes aun se mezclan con los diferentes ocres, hay que ver cuantos colores pueden salir de una base, el ocre con bermellón me da un tono cobrizo, rojizo, el ocre con verde vejiga me da saturación, frondosidad, el ocre con amarillo de cadmio naranja me aporta luz, que hago mas intensa añadiendo amarillo real, el ocre con blanco me trae tonos claros de luces venidas, el blanco con el amarillo me da brillo, ese que busco para delimitar el roce de los arboles contra el horizonte, allá donde se pierde la noción de que es árbol y que es cielo.

El cuadro va tomando cuerpo, la paletina apunta leves puntos que perfilan las ramas finales, las hojas que cuelgan, y a su vez hace que cada rama vaya tomando entidad propia, suavizando los contrastes del fondo del árbol.

Un pincel redondo de pelo suave mezcla los hirientes tonos de la sombra tostada del tronco del árbol con cremas, ocres, blancos, sienas dándole ese efecto de rugosidad, de corteza, deposito pintura, pegotes de pintura que forman esos bultos rugosos del tronco, así, uno, otro, dándole a cada árbol su cuerpo y dejando caer entre las hojas ya pintadas la continuidad de unas ramas que se prolongan hacia el cielo en busca de la luz, cuidado, tonos oscuros en las bases, en los lados donde da la umbría, tonos de luz reflejada sobre los troncos.

Me separo, tomo aire y dejo que el otoño respire, miro de lejos el efecto buscado, retoco aquí y allá, me vuelvo a alejar, y metiendo el pincel en el bote de aguarrás lo limpio con un trapo, y enciendo otro cigarrillo, otro ducados, y miro...

He decidido cambiar parte de la escena, con el pincel manchado en azul de Prusia alargo el agua hasta la línea del horizonte formando un río que llegue hasta la parte baja del cuadro, un río que delimitado por hierbas de ribera y peñas haga sacar brillos de espuma blanca al movimiento del agua y le dé un juego distinto.

Dos peñas fijaran la línea del horizonte, a su lado el río borboteando espuma ira bajando, el pincel mezcla en la paleta bermellón y azul cobalto para conseguir un tono muy oscuro, cercano al negro que de base a las piedras y a la ribera, un suave zigzag hace del río una corriente que baja, que se mueve, que golpea piedras diseminadas a ambos lados de la orilla. Ya manchado el pincel, la ribera del río también tiene piedras, mas pequeñas, menos roquedal, hay que hacer la piedra para que luego la hierba suba entre ellas medio ocultándolas, pero sabiendo que están ahí.

Con el agua baja la luz, el blanco de la espuma se va difuminando formando la corriente, arrastrando la luz de esos espacios donde se cuelan los rayos de sol y a la vez dejando los espacios de sombra, sombra en las orillas donde las hierbas ocultan la luz, sombras reflejadas de los arboles que se levantan a ambos lados del río, sombras de ocre de ramas y hojas, hasta sombras de aquellos tallos de junco y de hierba que se elevan mas que los demás.

La ribera del río lleva caída, son montículos que caen hacia abajo a perderse en el agua haciendo la cuenca del río, el espatulin va dejando tonos ocres, más oscuros en las partes de sombra que se mezclan con tonos verdes, el filo del espatulin va dibujando ramas muy pequeñas a lo lejos, agrandándose a medida que se acerca a nuestro campo visual, aquí abajo, mas cerca según la óptica que quiero hacer hasta las hojas y las briznas de hierba tienen que ser hojas y briznas de hierba, mecidas a ambos lados, columpiándose sobre la ribera, cayendo en las aguas del río donde se pierden en la sombra.

La paletina rellena con toques espaciados los diferentes nudos, crea bases en las rocas, hace que surjan matojos, grupos de plantas de diferentes tonos que combinados darán la sensación de campo, verdes, ocres, sienas, sombras, son el juego de un loco mezclando uno sobre otro hasta crear esa sensación de campo, algunos hasta trepan por el tronco de los arboles, otros de limitan a flanquearlos.

Quítate de aquí, apartate, te estas emborrachando de óleo, mira despacio, de lejos... La sensación es encantadora, hay que retocar, la sombra de este árbol debe caer por aquí, entre la maleza, debe ser más oscura. La luz también tiene que jugar entre la hierba, hay que darle luz, los amarillos trigueños e perfilan en las puntas de algunas ramitas de hierba, las que ya secas ondulan entre las demás, así, retírate, míralo.

Qué sensación.

Aun queda, “Luces sobre sombras, brillos sobre luces” decía mi maestro, hay que dar brillos, limpia el pincel, bien limpio, pero este no, para esto prefiero mi viejo Stadler de pelo suave del dos, si aquí está.

El blanco se mezcla bien, tapa, dá juego, nunca me gustó usar otro blanco que el titán, y eso que dicen que el blanco plomo, el blanco plata o el mixto dan juego, pero a mí me gusta la pureza del blanco titán, si hay que limarlo, ya mezclare yo...

Una pincelada en blanco resalta el borde iluminado del tronco allá donde incide la luz, una mancha de blanco delimita dónde pega el agua con la piedra y surge la espuma, así, despacio, difuminándola hacia arriba, como si saltase, unas suaves líneas en blanco perdiéndose dan idea de la corriente del agua, así, el blanco mezclado con el color oscuro de la piedra le da forma, hace cuerpo, aléjate, despacio sin darle la espalda, un paso, mira, adelanta el paso y dá el retoque ese, aléjate de nuevo, mira, un paso, si, me gusta, dos pasos, mira, el conjunto queda gracioso, otro paso atrás... No, un pincel limpio vuelve a traer sombra reflejada en el agua y otra paletina le da suaves movimientos de vaivén difuminándola, haciendo ver que es una sombra, un reflejo.

Aléjate, así, tres pasos atrás, si, me gusta, cuatro pasos, si, sigue, mi espalda choca con el sillón, lo aparto y sigo andando hacia atrás, hasta que ya no hay espacio, estoy todo lo lejos que puedo estar.

Ante mis ojos esta el otoño, la luz tenue de una atardecer se filtra entre los arboles cuajados de hojas de mil tonos ocres para dejarse vencer al final en el agua del río. El agua arrastra la luz hacia el espectador, flanqueada por las sombras que produce la ribera, cada tronco, cada hierba, cada hoja se refleja en el agua y el reflejo se pierde entre el suave vaivén de la corriente.

Con mi viejo pincel, el de siempre, mojado en trementina diluyo en la paleta un tono negro marfil, y así muy diluido, en el ángulo inferior derecho, firmo, mi firma de siempre, y metiendo el pincel en el tarro de aguarrás, enciendo un cigarro y mientras el acre humo de mi Ducados se eleva, veo, que ante mis ojos he sido capaz una vez más de crear un mundo bello.

Esta noche entre el olor a óleo y la satisfacción, dormiré tranquilo, vencí de nuevo, mañana será otra la tarea...

Jesús.

NOTA:(Cuando pinté este cuadro, quise reflejar lo que sentía al hacerlo, pintar es una forma de traer la realidad a un pedazo de tela, pero lo que siente el pintor, lo que imagina, lo que crea es algo que siempre suele darse por entendido y que nunca ves plasmado en un escrito, tal vez, si hay suerte, algún critico de arte dirá un día lo que sentiste al pintar sin saber del todo meterse dentro de tu persona, ya decía mi amiga María Jesús, pintora también, que un cuadro no está terminado hasta que se vende...)

jueves, 4 de octubre de 2007

Plagio de mi mismo


Como cada mañana, el editor estaba sentado en el sillón de cuero de su despacho, frente a media docena más uno de teléfonos, sin saber qué hacer, pues desde hacía cinco minutos los siete aparatos guardaban un terco silencio. Cinco minutos seguidos sin la oportunidad de vociferar a través del audífono: "¡No quiero leer nada suyo hasta que usted haya publicado diez o doce títulos"!. El pertinaz mutismo de los teléfonos le producía la sensación de que el mundo se había paralizado durante cinco minutos. Zarandeaba los auriculares verde, beige, azul, rojo, negro, blanco y gris, por si se les hubiera trabado algún cable. Mordisqueaba la punta de un puro, más con los nervios que con los dientes, aunque, eso sí, los babeaba . Sus nervios estaban a punto de estallar cuando al cumplirse el sexto minuto de ausencia telefónica, el aparato verde entonó un timbrazo capaz de desencajar el sistema nervioso más templado o de templar el más desencajado, lo que fue el caso. Un timbrazo como una palabrota destinada a escandalizar un oído pudibundo, pero que al editor le sonó a música celestial por la oportunidad que le proporcionaba de cumplir con el rito de su profesión que coincidía con su vocación (tengo para mí que los teléfonos emiten un timbrazo acorde con la idiosincrasia del que llama. Con un aprendizaje adecuado llegaríamos a saber quién nos llama antes de descolgar el invento).
Diga, ¿quién es? –farfulló el editor con media boca, pues la otra mitad estaba ocupada por el puro.
El editor espetó la pregunta brusca, atropellada por el ansia de recuperar los minutos perdidos. Si en los seis minutos de vacío se hubieran producido las llamadas de los implorantes de gloria, el hubiera contestado con impostada sorna: "Sí, diga, ¿quién es?", para después de oír sin escuchar: "Me llamo Marcos Martinez", preguntar en tono más severo: "Y, bien, ¿qué se le ofrece?", hasta llegar al momento culminante en que, medio confiado, el interlocutor, implorara con voz temblorosa: "Soy escritor, o quisiera serlo, porque hasta que a uno no le publican no lo es, aunque haya nacido escribiendo…tengo una obra y me gustaría que usted se dignara leerla…por si le interesara publicarla", escupir contra la distante, no por ello menos sufriente, oreja del novel: "¡No quiero leer nada suyo hasta que usted haya publicado diez o doce títulos!." Al fin tuvo su oportunidad el editor, y no la desaprovechó, después de seis interminables minutos. Desde el otro lado del hilo, el que había llamado, con pachorra y tranquilidad, le lanzó:
Pero, ¿Qué modo de dirigirse a mí es ese, so gilipuertas? ¿Es que no me conoces? Mira que, como sigas por ese camino, te mando a hacer puñetas y más vas a salir perdiendo tú, por cantamañanas.
Ante la firme ofensiva de su interlocutor, el editor fingió que le había reconocido, por aquello de curarse en salud, pero la ira contenida no le permitía ni sospechar de quién se trataba, si bien el timbre de su voz, de macho fingido, y, sobre todo, su tono, chulesco y prepotente, no le eran del todo extraños.
Perdone, ya sabe el trabajo que tengo, y son tantos los pesados que acuden a mí con vanas esperanzas…-puso el editor en su argumento un deje de disculpa, en tanto permanecía a la espera de que el otro se descubriera más, sin que ello supusiera que su enojo y su excitación hubieran cedido.
Me importa un huevo tu vida, aunque en buena medida vives gracias a mí. Pero prefiero pasar por alto lo cretino que te estas mostrando. Te llamo para comunicarte que esta misma tarde te enviaré unos cuentos, o algo parecido, que no tienen ni pies ni cabeza, es decir, como la vida misma, sin terminar. Tú, además de editarlos, te encargas de hacerles una profusa promoción en la que se acrediten como tiernos y humanos, y a venderlos como rosquillas, o sea, a forrarnos los dos.
El editor no acababa de identificar al que con tanta desfachatez así se le encaraba y mangoneaba. Su ánimo carecía de la claridad suficiente para asegurar que se burlaba de él, pero tampoco se veía con la fuerza para acabar con él por el método infalible del "no quiero leer nada suyo hasta que usted haya publicado diez o doce títulos". La entereza de su desconocido opositor le desconcertaba.
Pero, ¿Qué coño te ocurre? ¿Es que no tienes nada que decirme? El culo deberías estar dispuesto a besarme. Mira que le regalo esto a otro y te quedas con dos palmos de narices por pollaboba, ¿eh?
No se ponga a sí hombre, es que estaba tomando nota de cuanto me ha dicho. ¿Y cuántos folios dice que me envía?
No lo he dicho, pero son 50, a doble espacio, por una sola cara y amplio margen.
Pero usted sabrá que la colección más reducida de esta editorial exige originales de 100 folios como mínimo –el editor vio una puerta abierta para despacharle y quedar bien.
Me estás inflando los cojones, ¿sabes? Pero no tengo ganas de discutir con un mamón como tú, que ya te conozco. Cuelga que voy a ver si lo arreglo y te vuelvo a llamar. Puedes dar gracias a que hoy estoy de buen humor, debe de ser por los rumores que, como cada año, llegan desde Estocolmo. Y ten en cuenta, cacho maricón, que si se cumplen los pronósticos, tu editorial no me publica más después de esta jodienda.
Colgó. Al editor le temblaban las mandíbulas de rabia, pues estaba convencido de que le habían tomado el pelo y, por si eso no bastara, en ese tiempo no había podido largar a nadie un "¡no quiero leer nada suyo hasta que usted haya publicado diez o doce títulos! Apenas había comenzado a morder otro puro, apagado, cuando sonó de nuevo un teléfono, esta vez el negro:
Óyeme bien, zoquete, ya tengo resuelto tu problema, a mi modo, claro. Como ahora no tengo muchas ganas de escribir, he arrancado unas cuantas páginas dispersas de libros anteriores míos, que juntas forman una historia, o así. Añadidas a las que te anuncié antes suman 85 páginas. No hay más, así que las imprimes con letras muy grande para que llenen 100, y no se hable más del asunto.
Usted, perdone, pero eso no es muy decente.
No me seas tan escrupuloso, que otras veces no lo has sido tanto, joder. Y observa que aún no te he hablado de dinero. Además, las obras, de las que extraigo un cachito son de hace más de treinta años y la gente ya no se acuerda ni de los títulos. Ahora lo titulamos Los viejos amigos y el público que lo descubra incluso se enternecerá. Y, ¿sabes qué te digo? Pues que si esos grupos de melenudos capados editan discos con canciones repetidas de otros discos, yo, con mis pelotas, publico con tu complicidad, como cuentos independientes lo que eran partes de novelas. ¿No ha grabado Waldo de los Ríos y, lo que es peor, Miguel Ríos una parte de la Novena de Beethoven, arreglándola como les ha salido de los huevos? Pues yo vuelvo a publicar como relatos nuevos fragmentos de mi obra vieja.
No, si a lo mejor tiene usted razón, pero, siguiendo con su ejemplo, Waldo de los Ríos ha dado al Himno de la Alegría un toque distinto, otra orquestación, otra cosa, no sé.
Bueno, hombre, mira: para que te quedes tranquilo, aunque nunca me has sido simpático, voy yo a hacer algunas modificaciones para que parezca una obra inédita. Toma nota: donde ponía Martín, pongo ahora Juan; donde figuraba Nati Robles, ahora invento a Josefina Domínguez; donde doña Rosa, doña Luisa; donde Pepe, Ortiz; donde Seoane, Félix; donde Rómo, dejo Rómo, y donde Rodríguez Entrena, permanece Rodríguez Entrena, no vaya a ser que sigan vivos. Y para terminar, donde Macario, simplemente el pianista y así acabo de contribuir al despiste. ¿Qué, más tranquilo, pobre imbécil? No está mal la idea, ¿eh? Después de todo, si un día me encuentro cachondo, me denuncio de plagiarme a mí mismo, y hundo tu editorial.
El editor ya se había comido el puro y no pudo contenerse más
Ya está bien de bromas de mal gusto. Si no se identifica usted, hasta aquí hemos llegado.
Pero, leche, si soy tu buen amigo y benefactor Camilo José, pedazo de bestezuela, que sólo te falta rebuznar.
Oh. Señor Cela, pues no faltaba más: letra grande, no, enorme, una edición de bolsillo y otra de lujo, mucho más cara, una primera edición de un millón de ejemplares. A propósito, usted tan discreto siempre, ¿Cuánto exige como adelanto? ¿Cómo desea que le liquide, al año, al mes, a la semana, al día, a la hora, al minuto, al segundo? Usted no se plagia, don Camilo, es genial ese cambio de nombres, un acto creativo propio de un genio. Perdone mi atrevimiento, pero ¿No se anima a meter uno de esos paseítos de antaño por la Alcarria?
No, ya lo había pensado, pero prefiero tenerlo en reserva, por si alguna otra vez me quedo también sin ideas.
A mandar, don Camilo.
Colgó. La tensión del editor había desaparecido ante la perspectiva del negocio. Pero, de nuevo, el estímulo del timbrazo le catapultó a la lucha de cada día:
Sí, diga, ¿quién es?
Soy Francisco Umbral y quiero proponerte….
¡No quiero leer nada suyo hasta que haya publicado diez o doce títulos!
¡A mi me van a tomar el pelo, faltaria mas¡¡.