lunes, 21 de septiembre de 2009


Nada para contemplar ni recordar, todo para concebir; una renovada fundación de su existencia.La sensación que tenía, era algo difícil de dar cuerpo en acción, de poner en movimiento. Ella seguía siendo la misma y la vida a su alrededor, también, pero nada era igual aunque todo lo fuese.
Venga, hoy o nunca. Ahora si, podía sentirla: una fuerza superior impulsándola. Aquel día comprendió de pronto que toda una vida había pasado para ella y que toda otra la esperaba para comenzar. La excitación de un nuevo rumbo, de una etapa flamante a estrenar, un camino infinito por delante, un muro inmenso y macizo detrás.
Se encontró sentada en la cama aún antes de que el despertador hubiese sonado preguntándose cómo atreverse a vivir esa nueva percepción que la propulsaba: por dónde se empezaba a cambiar, cómo, qué era un cambio, qué se hacía con los hábitos y los movimientos rutinarios. De qué forma uno no se ponía las zapatillas viejas de estar por casa y no iba al baño y no hacía pis y no se cepillaba los dientes y no, y no, y no, cada una de las mil mini ceremonias impensadas y automáticas de cada mañana.
Si inauguraba un plan opuesto a lo corriente… ¿En cuánto tiempo volvería a repetir un patrón de actuación cotidiana en lugar de cambiar de forma de vida? No eran los ritos ni las acciones, sino algo más imperceptible y secreto lo que la motivaba; era precisamente esa misma sensación de urgencia de cambio lo que bastaba. Era eso. Por ahora, sólo eso: su propia urgencia.
Se levantó de puntillas para no despertar a nadie, ni a su marido, ni a sus hijos, ni al perro, ni a una mosca. Pero con el perro ya se sabe, uno no puede decidir, pensó mientras la seguía por el pasillo que llevaba al cuarto de baño.
Fue entonces que escuchó el timbre… “Maldito despertador” .Pensó con ganas de gritar fuera de sí mientras corría a apagarlo y contenía el impulso de estrellarlo contra la pared. Sus delirios de renovación hubiesen logrado el primer cambio de su vida, aunque algo caro e indiscutiblemente inútil. “Maldito despertador” le susurró con antipatía mirándolo fijo y ratificando que hoy, como siempre, los primeros minutos de su día volvían a teñirse de rabia, de mofa, de las eternas no ganas de empezar la jornada.
Cuando hubo comprobado que milagrosamente nadie se había despertado, volvió sobre sus pasos y se encontró camino al cuarto de baño. En aquel momento recordó: “No hacer automáticamente lo de todos los días” y entonces dio media vuelta para dirigirse a otra parte de la casa… Se quedó dudando un segundo, dos, tres… “Voy al balcón” decidió. Abrió la puerta y se asomó a la avenida, respiró hondo y supo que no podría quedarse mucho tiempo allí porque hacía frío, y porque, joder, necesitaba hacer pis. Cerró el ventanal y volvió por el pasillo hasta el baño.
Se quedó sentada en el inodoro unos minutos, varios, muchos, que mas dá, hasta que la claridad que comenzó a entrar por las ventanas le anunció que ya era la hora de comenzar la jornada habitual. Se quedó allí aún unos segundos. Hoy tenía que ser diferente. Hoy sería todo diferente.
“Hoy no despertaré a nadie, no prepararé desayunos, no sonreiré un “buenos días señor” a mi jefe ni a nadie que no soporte, hoy no toleraré exigencias, ni golpes ni insultos. Hoy no haré nada que no tenga ganas de hacer, no aguantaré mis deseos de hacer lo que me plazca, será mi primer día propio, todo mío y no volveré a ser lo que no quiero ser.
Me vestiré y saldré sin despertar a nadie, viviré el día desde el principio como un estreno de mi misma. Caminaré sin rumbo, me sentaré en un café para mimarme con un desayuno preparado por otro, miraré la gente pasar mientras pienso como celebrar este nuevo nacimiento. Iré a la estación y tomaré el primer tren que salga, no importa a dónde. Quiero no saber, no planificar, solamente dejarme sorprender. Iré donde me lleven mis ansias, descubriré, me gustará o no, pero lo haré porque me lo permito, porque nada ni nadie me lo impone o me lo impide”.
Una sensación húmeda la empujó de vuelta a la realidad de su inodoro y su cuarto de baño, el perro lamia su tobillo pidiendo salir a la calle como cada día. Se puso de pie y percibió su expresión de desamparo en el espejo, sonrió tristemente una vez más.
Mañana quizás, se prometió, mientras el espejo le devolvía las canas y las arrugas acumuladas todos estos años desde aquel primer día cuando creyó que se podía empezar de nuevo.

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