martes, 9 de octubre de 2007

El cuadro




EL CUADRO



Leganés, Madrid 12 de Julio del año 2000.

Parece que me intimida el blanco, la superficie virgen del lienzo me llama desde el momento en el que lo vi en la tienda, apilado junto a muchos como él, nunca me había atrevido a coger un lienzo de ese tamaño, y eso que eran muchos los lienzos embadurnados que se apilaban en mi estudio, pero esas medidas me gritaban, tenia que ser algo grande, algo que fuera especial.....

Hace muchos años que pinto, a veces, me paro a pensar con un cigarro entre los labios y un pincel entre los dedos, o al revés, en muchas ocasiones he chupado el pincel esperando atraer su humo mientras el cigarro se consumía entre mis dedos, y creo que ya no distingo si nací con la pintura o esta vino a mi en algún momento de mi vida.

Los olores a trementina y óleo están tan pegados a mi piel que la ducha reparadora solo hace que atenuarlos, los pigmentos, las botellas de barniz, los trapos sucios son mis compañeros.....

No sé exactamente qué me ha pasado, ni siquiera sé porqué me ha pasado, sé que de pronto, ahí está en el caballete, una vez armado el lienzo, esperando que haga algo con él, pero me intimida, el blanco del lienzo me intimida, lo miro, despacio, lienzo, tenso, sin una arruga, sin una mancha, sin un defecto.

Lo acaricio, mi mano pasa de lado a lado del lienzo, frotando suavemente y es así frotando cuando se pinta el paisaje, si será un paisaje, será el bosque, tiene que haber árboles, y luz, mucha luz... “Luces sobre sombras, brillos sobre luces” las palabras de aquel viejo pintor que me enseño algunos secretos del óleo resonaban en mi cabeza. Y agua, quiero que también en este cuadro el agua esté presente, me encanta ver reflejado en el agua un paisaje...

Me alejo, cojo un Ducados de la cajetilla y el mechero y la llama me aparta un momento de la blancura del lienzo... Esa luz naranja de la llama me trajo colores de otoño a mis ojos, mientras expulso el humo noto que me estoy riendo. ¿Un otoño? Con agua, luz de fondo de una puesta de sol golpeando el perfil de las copas de los árboles que se mezclan con los tonos ocres del cielo.

Cierro los ojos y empiezo a disponer elementos...

No usaré el carboncillo negro, no quiero que las marcas dejen señal en el lienzo, el negro es mal color, miro el bote de lapiceros, cojo dos, allí están los Lyra de Rembrandt-Rotelkreide, el 300 y el 301, elijo el 301, mas claro, mas matizado que su compañero aunque los dos sean carbones ocres, me acerco al lienzo y delante de él rompo la inmaculada blancura con una línea que delimite el horizonte, a la que le siguen otras muchas marcando el espacio del agua, de las piedras, de los troncos de los arboles que se abren a derecha e izquierda dejando un paso a la luz del ocaso que tiene que venir por allí...

Me alejo, el cigarro se ha consumido en el cenicero repleto de colillas que me niego a vaciar para recordarme que ya he fumado demasiado, enciendo otro y miro.

El paisaje se perfila poco a poco, tampoco me gusta demasiado dibujar mucho el lienzo, quiero que sea la pasta de pigmento y aceite la que cubra y vaya dando vida a la obra, mis ojos se giran despacio a la caja de colores, el bote de Blanco Titán de Mir se vacía sobre la paleta manchado con un poco de Bermellón, lo mezclo bien con la paletina, y pruebo, mancho el óleo, me alejo y observo, hay que corregir, mas bermellón, un ocaso pide mas tonos rojos, al fin consigo el color, ese es, y delicadamente, mezclando la trementina con la pasta la voy aplicando despacio a todo el cielo en suaves pasadas que enfondan y cubren el blanco del lienzo desde su borde superior hasta la línea del horizonte, reservando los arboles.....

La parte central, de donde viene la luz la voy diluyendo poco a poco en amarillo real con el tono anterior, trayéndomela hacia el cuadro, buscando los efectos del hueco dejado por los árboles...

Los troncos de árbol los pinto con sombra tostada. Tapan parte del cielo y además bajan rompiendo la línea del horizonte, ocupando el campo de visión como rayas oscuras a ambos lados del lienzo.

Queda el suelo por enfondar, viniendo la luz de frente será oscuro, el azul de Prusia rebajado dará al agua los tonos que quiero, y la siena hará de la tierra el color arena oscura que luego tapare con hojas, ramas y la hierba...

Con el pincel en la mano me alejo, miro el reloj, llevo mas de cuatro horas pintando, seis si contamos armar el lienzo y prepararlo, me sitúo de espaldas al cuadro y enciendo otro cigarro, y despacio, mientras expulso el humo, me giro y veo lo que hice.

Los colores delimitan un paisaje aun por formar, ya no hay blanco, el lienzo, manchado me indica que he vencido al miedo, que puedo con él, que soy capaz de enfrentarme una vez mas a mí mismo y con eso, a lo que venga. Fumo, mirando el lienzo que me reta a seguir, el cigarro llega a su fin y lo aplasto en el cenicero, junto a sus anteriores hermanos, limpio los pinceles en aguarrás y los seco con un trapo, así, despacio, meciendo las cerdas, habéis cumplido, mañana será otro día, me quito la bata que un día fue blanca y hoy es reflejo de mil tonos y después de lavarme las manos en la pila del aseo, miro el cuadro mientras mi mano apaga la luz del estudio, momentos antes de cerrar la puerta.


Leganés, Madrid viernes 14 de Julio del 2000.


Cuando enciendo la luz del estudio, los tonos ocres me llaman desde el fondo, ocupando toda la visual. Ayer también entre en el estudio, pero no fui capaz de coger un pincel, solo me senté en el sillón, y dándole un suave movimiento gire para contemplar el otoño. Me quede así, sentado enfrentado a un esbozo que iba tomando cuerpo, con las piernas cruzadas y encima de ellos mi codo apoyado que sostenía mi cabeza mientras entre los dedos un cigarrillo iba dejando su columna de humo en el aire.
El otoño usa tonos ocres, rojos a veces, amarillos, naranjas, pero también tonos verdes, esos brotes y esas hojas que aun perduran perdidas, esa base de la hierba junto al agua que habría que cuidar mucho porque de lo contrario el amarillo y el verde darían azules...
Hay que oscurecer mas lo más cercano, dejar que la luz acaricie el horizonte viniendo hacia mí por el centro, por el hueco de los arboles, hay que traer las sombras, cayendo hacia el bajo del cuadro y perdiéndose entre el agua, entre la hierba...
No, ayer solo fue planteamiento...

Hoy tengo tiempo, un paquete de tabaco casi intacto, mi mujer y mi hijo han ido de compras, volverán tarde, ya se sabe, las rebajas. Hoy el frasco de trementina esta limpio, esperando a que deje caer en él el liquido acuoso de fuerte olor, mis pinceles muestran sus penachos en los botes en la estantería y ya soñé con el cuadro, ya sé que quiero hacer allí...

Un pincel redondo y duro va dando forma a los arboles, da color a cada uno, con su forma, sin molestarme en nada, solo tapando con color, hiriendo los ocres del cielo, los tonos mordientes aun se mezclan con los diferentes ocres, hay que ver cuantos colores pueden salir de una base, el ocre con bermellón me da un tono cobrizo, rojizo, el ocre con verde vejiga me da saturación, frondosidad, el ocre con amarillo de cadmio naranja me aporta luz, que hago mas intensa añadiendo amarillo real, el ocre con blanco me trae tonos claros de luces venidas, el blanco con el amarillo me da brillo, ese que busco para delimitar el roce de los arboles contra el horizonte, allá donde se pierde la noción de que es árbol y que es cielo.

El cuadro va tomando cuerpo, la paletina apunta leves puntos que perfilan las ramas finales, las hojas que cuelgan, y a su vez hace que cada rama vaya tomando entidad propia, suavizando los contrastes del fondo del árbol.

Un pincel redondo de pelo suave mezcla los hirientes tonos de la sombra tostada del tronco del árbol con cremas, ocres, blancos, sienas dándole ese efecto de rugosidad, de corteza, deposito pintura, pegotes de pintura que forman esos bultos rugosos del tronco, así, uno, otro, dándole a cada árbol su cuerpo y dejando caer entre las hojas ya pintadas la continuidad de unas ramas que se prolongan hacia el cielo en busca de la luz, cuidado, tonos oscuros en las bases, en los lados donde da la umbría, tonos de luz reflejada sobre los troncos.

Me separo, tomo aire y dejo que el otoño respire, miro de lejos el efecto buscado, retoco aquí y allá, me vuelvo a alejar, y metiendo el pincel en el bote de aguarrás lo limpio con un trapo, y enciendo otro cigarrillo, otro ducados, y miro...

He decidido cambiar parte de la escena, con el pincel manchado en azul de Prusia alargo el agua hasta la línea del horizonte formando un río que llegue hasta la parte baja del cuadro, un río que delimitado por hierbas de ribera y peñas haga sacar brillos de espuma blanca al movimiento del agua y le dé un juego distinto.

Dos peñas fijaran la línea del horizonte, a su lado el río borboteando espuma ira bajando, el pincel mezcla en la paleta bermellón y azul cobalto para conseguir un tono muy oscuro, cercano al negro que de base a las piedras y a la ribera, un suave zigzag hace del río una corriente que baja, que se mueve, que golpea piedras diseminadas a ambos lados de la orilla. Ya manchado el pincel, la ribera del río también tiene piedras, mas pequeñas, menos roquedal, hay que hacer la piedra para que luego la hierba suba entre ellas medio ocultándolas, pero sabiendo que están ahí.

Con el agua baja la luz, el blanco de la espuma se va difuminando formando la corriente, arrastrando la luz de esos espacios donde se cuelan los rayos de sol y a la vez dejando los espacios de sombra, sombra en las orillas donde las hierbas ocultan la luz, sombras reflejadas de los arboles que se levantan a ambos lados del río, sombras de ocre de ramas y hojas, hasta sombras de aquellos tallos de junco y de hierba que se elevan mas que los demás.

La ribera del río lleva caída, son montículos que caen hacia abajo a perderse en el agua haciendo la cuenca del río, el espatulin va dejando tonos ocres, más oscuros en las partes de sombra que se mezclan con tonos verdes, el filo del espatulin va dibujando ramas muy pequeñas a lo lejos, agrandándose a medida que se acerca a nuestro campo visual, aquí abajo, mas cerca según la óptica que quiero hacer hasta las hojas y las briznas de hierba tienen que ser hojas y briznas de hierba, mecidas a ambos lados, columpiándose sobre la ribera, cayendo en las aguas del río donde se pierden en la sombra.

La paletina rellena con toques espaciados los diferentes nudos, crea bases en las rocas, hace que surjan matojos, grupos de plantas de diferentes tonos que combinados darán la sensación de campo, verdes, ocres, sienas, sombras, son el juego de un loco mezclando uno sobre otro hasta crear esa sensación de campo, algunos hasta trepan por el tronco de los arboles, otros de limitan a flanquearlos.

Quítate de aquí, apartate, te estas emborrachando de óleo, mira despacio, de lejos... La sensación es encantadora, hay que retocar, la sombra de este árbol debe caer por aquí, entre la maleza, debe ser más oscura. La luz también tiene que jugar entre la hierba, hay que darle luz, los amarillos trigueños e perfilan en las puntas de algunas ramitas de hierba, las que ya secas ondulan entre las demás, así, retírate, míralo.

Qué sensación.

Aun queda, “Luces sobre sombras, brillos sobre luces” decía mi maestro, hay que dar brillos, limpia el pincel, bien limpio, pero este no, para esto prefiero mi viejo Stadler de pelo suave del dos, si aquí está.

El blanco se mezcla bien, tapa, dá juego, nunca me gustó usar otro blanco que el titán, y eso que dicen que el blanco plomo, el blanco plata o el mixto dan juego, pero a mí me gusta la pureza del blanco titán, si hay que limarlo, ya mezclare yo...

Una pincelada en blanco resalta el borde iluminado del tronco allá donde incide la luz, una mancha de blanco delimita dónde pega el agua con la piedra y surge la espuma, así, despacio, difuminándola hacia arriba, como si saltase, unas suaves líneas en blanco perdiéndose dan idea de la corriente del agua, así, el blanco mezclado con el color oscuro de la piedra le da forma, hace cuerpo, aléjate, despacio sin darle la espalda, un paso, mira, adelanta el paso y dá el retoque ese, aléjate de nuevo, mira, un paso, si, me gusta, dos pasos, mira, el conjunto queda gracioso, otro paso atrás... No, un pincel limpio vuelve a traer sombra reflejada en el agua y otra paletina le da suaves movimientos de vaivén difuminándola, haciendo ver que es una sombra, un reflejo.

Aléjate, así, tres pasos atrás, si, me gusta, cuatro pasos, si, sigue, mi espalda choca con el sillón, lo aparto y sigo andando hacia atrás, hasta que ya no hay espacio, estoy todo lo lejos que puedo estar.

Ante mis ojos esta el otoño, la luz tenue de una atardecer se filtra entre los arboles cuajados de hojas de mil tonos ocres para dejarse vencer al final en el agua del río. El agua arrastra la luz hacia el espectador, flanqueada por las sombras que produce la ribera, cada tronco, cada hierba, cada hoja se refleja en el agua y el reflejo se pierde entre el suave vaivén de la corriente.

Con mi viejo pincel, el de siempre, mojado en trementina diluyo en la paleta un tono negro marfil, y así muy diluido, en el ángulo inferior derecho, firmo, mi firma de siempre, y metiendo el pincel en el tarro de aguarrás, enciendo un cigarro y mientras el acre humo de mi Ducados se eleva, veo, que ante mis ojos he sido capaz una vez más de crear un mundo bello.

Esta noche entre el olor a óleo y la satisfacción, dormiré tranquilo, vencí de nuevo, mañana será otra la tarea...

Jesús.

NOTA:(Cuando pinté este cuadro, quise reflejar lo que sentía al hacerlo, pintar es una forma de traer la realidad a un pedazo de tela, pero lo que siente el pintor, lo que imagina, lo que crea es algo que siempre suele darse por entendido y que nunca ves plasmado en un escrito, tal vez, si hay suerte, algún critico de arte dirá un día lo que sentiste al pintar sin saber del todo meterse dentro de tu persona, ya decía mi amiga María Jesús, pintora también, que un cuadro no está terminado hasta que se vende...)

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